La bioquímica de la felicidad

Vivir y las emociones: el papel desconocido del estómago y el intestino

Vivir significa gestionar los acontecimientos y las emociones diarias, que pueden ser positivas o negativas.

Las emociones diarias condicionan nuestra salud, del mismo modo que la salud condiciona nuestras emociones. Cuando relacionamos el plano emocional y el físico, solemos pensar que las emociones están relacionadas con órganos como el corazón y el cerebro. Sin embargo, hay dos órganos que son los grandes olvidados cuando hablamos de emociones. Son los que componen el aparato digestivo, es decir el estómago y el intestino.

Aun así, seguro que has sentido rabia o miedo y has notado el revuelo en el estómago y el intestino. ¿Te acuerdas de que antes de acudir a una cita romántica has sentido «mariposas en el estómago»? ¿O de ese periodo de bajón y tristeza en el que se te cerró el estómago y se te bloqueó el intestino?

5 sentidos + 1

Las emociones se manifiestan en el corazón acelerando o ralentizando los latidos, y en los pulmones modificando la respiración, pero también en el aparato digestivo.

Pensamos a menudo que el cerebro es el centro del organismo, el órgano del que depende todo. En realidad, el funcionamiento de nuestros órganos depende de muchos factores y existe una comunicación bidireccional entre el cerebro y todos los demás.

Los pensamientos y las emociones surgen a partir de estimulaciones sensoriales ajenas al cuerpo humano que perciben los cinco sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto), pero también de estimulaciones sensoriales generadas en el interior del organismo, en particular por el intestino, transmitidas y procesadas por el nervio vago.

Las fibras del nervio vago se originan en la pared intestinal y llevan al cerebro todas las estimulaciones sensoriales viscerales que se producen dentro del organismo, las cuales ni percibimos ni conocemos. Por ese motivo, el nervio vago también recibe el nombre de «sexto sentido».

Nosotros no notamos las estimulaciones sensoriales intestinales porque las transmite el sistema nervioso autónomo, que funciona al margen de la percepción y la voluntad, pero están ahí y pueden condicionar nuestra salud y el estado de ánimo. Pueden generar tristeza y depresión, alegría y energía.

De hecho, la salud del aparato digestivo está fuertemente correlacionada con el bienestar de todo el organismo. Un aparato digestivo sano es indispensable para mantener un buen estado de salud. Sucede lo mismo al contrario: las enfermedades gastrointestinales pueden afectar mucho a la salud psicofísica.

Por ejemplo, una lesión en la pared gástrica o intestinal, una microbiota alterada u otros problemas pueden reducir la producción de serotonina, el neurotransmisor de la serenidad. Esto genera la «tristeza de origen intestinal», que provoca síntomas como ansiedad, depresión, apatía y trastornos del estado de ánimo en general, pero también deterioro cognitivo cerebral.

Al elegir correctamente los alimentos, cuidamos del aparato digestivo enviando al cerebro estímulos positivos. En esto consiste la bioquímica de la felicidad. La comida, durante su largo trayecto por el aparato digestivo, deja huella actuando sobre la pared gástrica e intestinal y sobre la microbiota, lo cual condiciona nuestro estado emocional y nuestra personalidad psíquica.

Los alimentos, mediante sus moléculas alimenticias, pueden actuar sobre el corazón, el intestino y el metabolismo, ya que todas estas acciones están controladas por el nervio vago. La actividad de este nervio puede modularse con una alimentación sana y un estilo de vida creativo y saludable.

La revolución oculta del intestino

Cada vez que comemos, se produce en nuestro cuerpo un hecho biológico que involucra a todo el organismo, empezando por el estómago y el intestino. Cambia la composición de la microbiota, el metabolismo celular, el perfil hormonal, génico y emocional.

El intestino es capaz de modular el sistema nervioso central (somático y autónomo), el sistema inmunitario, el sistema hormonal y todo el metabolismo celular. Es un órgano que transforma la comida ingerida, «ajena» al cuerpo humano, en componentes esenciales y vitales para el organismo.

Comer sin pensar en los efectos que tiene la calidad de los alimentos ingeridos en el sistema nervioso autónomo y en la mucosa intestinal puede exponernos a trastornos y enfermedades intestinales, sistémicas y psicológicas que afectan a todo el organismo.

Comer es pensar. Es conocer el viaje que realiza la comida en nuestro interior desde que entra por la boca y pasa por el estómago hasta llegar al intestino, la mente y las emociones.